“Este ha sido el mejor viaje de mi vida”, me señaló emocionada una pasajera francesa mientras caminábamos en uno de nuestros desembarcos. Y me percaté de lo fácil que es regalarle una experiencia única e inolvidable a alguien cuando realmente amamos lo que hacemos como guías. No importa el idioma que hable, la cultura de la que venga, la profesión que desarrolle o el estatus social al que pertenezca. Invitarlos a viajar en el tiempo y retroceder hasta casi oír y ver a los Yamanas navegando por el Canal Beagle, mostrarles la vida latente en el movimiento y color de un glaciar o simplemente regalarles un momento de silencio y conexión en las alturas de Wulaia mientras el viento acaricia sus rostros… Son momentos pequeños y simples, que con un toque de magia y pasión podemos convertirlo en “la experiencia de sus vidas”. Eso simplemente es impagable.