En todo el mundo existen lugares fascinantes: La inmensidad andina de Machu Pichu, la mirada misteriosa de los polinésicos Moais o la sabiduría que se respira recorriendo la Acrópolis ateniense sólo por mencionar algunos. Cada uno de ellos contiene una gran medida de “fascinans” que cautiva la mirada del visitante. Sin embargo cuando se contempla la naturaleza, lo fascinante casi siempre viene hermanado con lo impresionante, lo sobrecogedor, lo “tremendum” haciendo de la contemplación del paisaje algo inolvidable.
Ese sentimiento de un casi respeto sacro que los antiguos denominaban “tremendum et fascinans” fue la misma actitud que experimentaba cada uno de los que esa mañana estábamos visitando el Fiordo Parry; un anfiteatro de glaciares que nos sorprendió y fascinó con un trama que ningún dramaturgo hubiese sido capaz de producir con sus montañas flanqueando la navegación de nuestro zodiac regalándonos el avistamiento de glaciares y una dormilona foca leopardo descansando en un flotante trozo de hielo glaciar. Ni la lluvia ni el viento fueron capaces de opacar la experiencia y la satisfacción de haber observado lo que vimos durante esos minutos de navegación.
Ni ojo vió, ni oído oyó, ni mente alguna puede imaginar las fascinantes maravillas que Patagonia tiene reservadas para quien la visite.